Vivimos en tiempos donde la exigencia parece no tener límites. La productividad, la eficiencia, el éxito, las metas y los resultados son palabras que nos acompañan desde que despertamos hasta que termina el día. En medio de estas demandas, surge una pregunta fundamental: ¿Y yo dónde quedo?
No es raro recibir en consulta psicológica a personas que llegan exhaustas, cargadas de tareas, responsabilidades y expectativas que parecen crecer sin medida. A veces, ni siquiera saben explicar con claridad qué sienten; solo saben que están cansadas. Muy cansadas.
Desde hace más de un siglo, Freud (1914) nos hablaba de cómo la mente está siempre en tensión entre lo que deseamos, lo que creemos que debemos hacer y lo que la sociedad espera de nosotros. Cuando ese equilibrio se rompe, empieza a resentirse nuestra salud emocional.
He escuchado a pacientes decir: “No tengo tiempo para mí”
“Me siento egoísta si pienso en descansar”, o “Tengo que seguir
porque si me detengo, todo se viene abajo.” Y así, día tras día,
la vida se convierte en una maratón interminable donde la salud
mental pasa a un segundo plano.
Vivimos en una sociedad que, como señala Byung-Chul Han (2010), se ha convertido en una cultura del rendimiento, donde cada uno se exige a sí mismo sin descanso. Se nos enseña que debemos estar siempre disponibles, ser productivos y exitosos. Pero pocas veces se nos enseña que también es saludable saber parar, escucharnos y reconocer que el cuerpo y la mente tienen límites.
Desde mi experiencia en la clínica psicológica, he visto que muchas de las exigencias más duras no vienen del entorno, sino de nuestro interior. Freud (1923) lo explicó al hablar de esa voz crítica dentro de nosotros, que juzga y exige perfección, lo que conocemos como el superyó. Esa voz puede ser tan fuerte que nos lleva a ignorar señales de cansancio, tristeza o ansiedad.
Las consecuencias de vivir bajo tanta presión no son solo físicas. Empiezan a aparecer síntomas más sutiles: insomnio, ansiedad, irritabilidad, falta de entusiasmo, o una sensación de vacío que nada logra llenar. Winnicott (1965) habló de la importancia de encontrar espacios donde podamos simplemente ser, sin tener que rendir cuentas ni aparentar estar bien. Cuando no tenemos esos espacios, llega la sensación de no reconocerse en el espejo, de preguntarse: “¿En qué momento me perdí? ¿Y yo dónde quedé?”
Cuidar la salud mental en tiempos de tanta exigencia no es un acto egoísta. Es, como afirma Neff (2011), un acto de compasión hacia uno mismo, necesario para poder sostenernos y sostener a quienes amamos. Porque nadie puede dar lo que no tiene.
Cuidar la salud mental no significa seguir consejos mágicos ni “tips” instantáneos. A veces, implica pequeños gestos como permitirse descansar sin culpa, aprender a decir “no” cuando algo supera nuestras fuerzas o buscar ayuda profesional cuando sentimos que no podemos solos. Es recordar que nuestra vida no se reduce a cumplir tareas y que tenemos derecho a existir también como personas, con deseos, límites y necesidades.
No existen fórmulas rápidas que lo solucionen todo. Cada persona lleva consigo su propia historia, emociones y temores. Pero sí es importante recordar algo esencial: Tu lugar importa. Tú importas.
Cuidar nuestra salud mental es la mejor forma de responder a la pregunta: “¿Y yo dónde quedo?” Porque solo cuando nos cuidamos podemos sostener lo que amamos, lo que hacemos y a quienes nos rodean.
Aportes y herramientas profesionales
Cuidar la salud mental en tiempos de tanta exigencia no se trata de soluciones rápidas. Se trata de integrar prácticas que realmente nos ayuden a sostener nuestro equilibrio emocional. Aquí algunos aportes profesionales, sustentados en la experiencia clínica y en la literatura psicológica:
- Pausas conscientes: Tomarse unos minutos al día para preguntarse cómo se siente y qué necesita. Jon Kabat-Zinn (2013) explica que esta práctica sencilla puede ayudarnos a prevenir el desborde emocional.
- Reconocer límites: Entender que decir no, no es egoísmo, sino autocuidado. Neff (2011) nos recuerda que proteger nuestro tiempo y nuestra energía es esencial para estar bien.
- Identificar la voz crítica: Reflexionar sobre esa parte de nosotros que siempre exige más. Freud (1923) habló de este juez interno que puede ser muy severo si no aprendemos a escucharlo y ponerlo en perspectiva.
- Aceptar la vulnerabilidad: Permitirnos estar tristes, cansados o sentir miedo. Brené Brown (2012) señala que ser vulnerable no es ser débil, sino profundamente humano.
- Buscar apoyo profesional: Winnicott (1965) resaltó que tener un espacio seguro para hablar de lo que sentimos es clave para evitar que el malestar se convierta en algo más profundo. La terapia no es solo para “cuando se está mal”; puede ser también un lugar para conocernos y encontrar nuevas formas de vivir.
Son prácticas que pueden contribuir, en medio de tanta exigencia, a que cada persona pueda volver a ocupar su lugar en la vida y responder con firmeza a la pregunta: “¿Y yo dónde quedo?
Referencias
- Brown, B. (2012). The Power of Vulnerability. Penguin Random House. • Byung-Chul Han. (2010). La sociedad del cansancio. Herder.
- Freud, S. (1914/2014). Introducción al narcisismo. Obras Completas, Vol. XIV. Amorrortu Editores.
- Freud, S. (1923/2006). El yo y el ello. Obras Completas, Vol. XIX. Amorrortu Editores.
- Kabat-Zinn, J. (2013). Full Catastrophe Living. Bantam Dell.
- Neff, K. (2011). Self-Compassion: The Proven Power of Being Kind to Yourself. William Morrow.
- Winnicott, D.W. (1965). The Maturational Processes and the Facilitating Environment. Hogarth Press.
Autor: Psi. Lency Ríos - Magister en Psicología y Salud Mental.
Para Grupo Resurgir - Agosto de 2025.